miércoles, 10 de junio de 2015

LA INENARRABLE CONEXIÓN ENTRE DOS ALMAS




Ángel estaba nervioso y fatigado. Desde que comenzó a cavilar con contárselo a su padre no lograba conciliar el sueño con facilidad, daba igual que tratara de despejarse unas horas antes, conforme se introducía en la cama su mente comenzaba de nuevo e irrefrenablemente a darle vueltas a aquel asunto. Desconocía cómo iba a ser la reacción su progenitor pero podía intuir que no sería buena, los dos eran personas radicalmente distintas: Ángel abrigaba un pensamiento político de izquierdas, él de derechas; Ángel era sensible, dicharachero y cercano como su madre, su padre en cambio poco comunicativo y de carácter distante y frío; él ateo convencido, su padre profundamente religioso. No era sólo una honda devoción, más aún, pertenecía a ese tipo de persona que abundaba de forma relativa en el estrato social de edad avanzada y que cree percibir en el distanciamiento de la juventud y las convicciones eclesiásticas poco menos que una deriva del ser humano hacia la barbarie. Aunque ambos eran educados y pacientes, sus divergentes caracteres y posturas quedaban avocados a encontrar únicamente aristas y puntos de choque, nunca la confluencia. Por todas esas razones en muy pocas ocasiones habían mantenido un diálogo fluido, asentados ya en la costumbre de no conversar más que lo necesario y con los elementos cotidianos como telón de fondo.

 A ello había que unírsele el durísimo trance de la enfermedad, el repentino padecimiento y el fallecimiento de su madre, desde entonces su padre no había levantado cabeza. Se mostraba taciturno, dando muestra de un lento y vago caminar en sus quehaceres diarios que era indicativo del abatimiento mental que atravesaba, afligido por un dolor cuya pesada carga a todas luces no había sido capaz de superar. Ángel había esperado prudencialmente para darle la noticia en un estado más receptivo y de mejor ánimo, mas ese momento lejos de llegar parecía estar cada vez más distante. Esta situación le hacía sentir miserable y egoísta, pero no podía dilatarlo más, la tensión de la espera y la incertidumbre sobre lo que ocurriría a continuación le sobrepasaban.

Finalmente sucedió, se hallaban sentados el uno frente al otro, Ángel visionó con meridiana claridad cierta incomodidad en su padre, quizás fruto del no saber muy bien cómo afrontar aquel inaudito fenómeno. –Bueno pues… Aquí estamos–, musitó su padre mientras intentaba esbozar una sonrisa equivalente a la de un niño perdido en medio de una conferencia sobre física de partículas. Ángel por su parte sudaba y sentía que le temblaban las rodillas, fantaseó por unos segundos con decirle que esa cuestión de la que debía hablarle no era realmente nada que revistiese importancia y así poder huir de la sensación de ahogo y malestar que comenzaba a atenazarle. Consiguió tragar saliva y armarse de valor.

–Verás padre, hay algo que llevo mucho tiempo queriendo contarte… –comenzó a hablar con voz entrecortada–, pero hasta ahora no he sabido encontrar la ocasión ni las palabras adecuadas. El caso es que tengo pareja. –Su padre abrió la boca, pero antes de que pudiera replicar cualquier cosa Ángel decidió proseguir para no perder la oportunidad ahora que por fin la había hallado–, y es un hombre, se llama Jorge. –En ese momento sintió como si se despojara de un yunque con el que había estado cargando durante mucho tiempo, su corazón latía con fervor, no ya de nerviosismo, sino de exaltación. A la espera de la respuesta de su padre su primera impresión fue que al menos el desenlace ya no dependía de él y que pasara lo que pasara nada le arrebataría el orgullo de haber afrontado sus fantasmas, de haber hecho lo correcto. No obstante sus pensamientos se agolpaban con la misma frecuencia que sus palpitaciones, su mente inmersa en un tótum revolútum comenzó a sentir renovado miedo ante lo que su padre pudiera objetar, temiendo la peor escena que había contemplado, un posible rechazo de éste.

– ¡Menos mal! –exclamó su padre con cierta ligereza, como un seguidor de fútbol que celebra el gol de su equipo aunque éste siga por debajo en el marcador.
– ¿A qué te refieres? –Ángel estaba profundamente desorientado ante su reacción.
–Mira hijo, habrás visto en mí un gran pesar desde que falleció tu madre. Gran parte de ese sufrimiento es por su pérdida, sobre todo en la etapa más reciente. Sin embargo lo que más me ha atormentado transcurrida esa fase es que sentía que con ella partía la conexión que tú tenías con nosotros. Me conoces… no poseo los dones de tu madre, no soy muy dado a la dialéctica. Sentía verdadero pavor de no saber aproximarme a ti del mismo modo en que ella lo hizo todo este tiempo, de no poder llenar el enorme hueco que ha dejado. Sé que con tu madre abrir tu corazón te hubiera sido más fácil y no habrías padecido tanto, yo trataba de encontrar la manera… te lo aseguro.

–Está bien, papá. No te castigues. –Dijo Ángel tratando de consolarle. Se sintió ingenuo en aquel momento, no habiendo sido capaz de advertir que el trastorno de su padre obedecía no sólo a su pérdida personal, sino a su intento de tratar de reconfigurar el entorno familiar y a su impresión de que tal cometido le sobrepasaba al haber ejercido su madre de nexo entre ellos dos. Pero aún no había comprendido su primera reacción.

–Estas cosas las sospechamos los padres, aunque no tengamos constancia de ello… Mira, –reiteró tratando de proseguir–sé que me consideras un viejo carcamal, con ideas tanto o más viejas. Con tu madre tenías complicidad, era la que te ayudaba a engañarme para hacerte pendientes o tatuajes y yo sin embargo el que fruncía el ceño cuando llegabas a casa o me enteraba a posteriori de aquellos asuntos. Lo sé. Pero hay algo que quiero que sepas tú, y quiero que me escuches atentamente porque estas situaciones entre nosotros no se dan con la suficiente frecuencia y me es difícil hablar de ciertas cosas. Tu madre lo fue todo para mí, ella complementaba ciertas carencias en mi carácter y me ayudaba a ser mejor persona. No puedo describir lo que me ha aportado todos estos años, cualquier problema que me sucediera se tornaba sólo en un inconveniente pasajero al tener la constancia de que, independientemente de cómo me fuera el día, al llegar la noche los dos estaríamos juntos. Su manera de sonreírle a la vida incluso ya enferma, su inusitada inteligencia, su elevada comprensión y su nobleza curaban todas mis heridas y me hacían afrontar mi propia vida de un modo distinto. Hasta tal punto ha sido así, que el día que llegue también mi hora enfrentaré mi muerte sin atisbo de desasosiego, incluso feliz diría, mirando hacia atrás con la constancia de haber tenido la oportunidad de vivir algo tan excepcional y al alcance de tan pocos. Tu madre hizo que mi existencia mereciese realmente la pena y no alcanzo a imaginar forma mejor de haber gastado todos aquellos años –se detuvo por un momento, aunque trataba de retenerlas a estas alturas algunas lágrimas bañaban ya sus mejillas, se enjugó el rostro con sus manos nudosas antes de continuar. –Lo que pretendo decirte es que no sé quién es ese tal Jorge, no sé qué aspecto tiene o cómo os conocisteis, pero si ambos sois capaces de sentir algo similar a lo que yo he sentido y he tratado de explicarte más mal que bien; ni tu padre, ni tan siquiera la mismísima Iglesia, son quiénes para inducirte a no disfrutar de ello. Es más, por lo que a mí respecta deberías hacer todo lo posible que esté en tu mano para que perdure. No hay ninguna aspiración superior a esa en este mundo hijo mío; y Dios, al menos tal y como yo lo concibo y aunque tú no creas en él, no se opondría jamás a ella.

miércoles, 11 de marzo de 2015

BURBUJAS DE REALIDAD





El concepto de realidad ha sido abordado desde la Grecia Antigua por la epistemología, rama de la filosofía que se ocupa de la validez y fiabilidad de los conocimientos que adquirimos los humanos. Pero preguntas como si el mundo psíquico es producto de la mente humana, o cómo llegamos a adquirir conciencia de la existencia de nuestro entorno, permanecen aún sin resolver. Para más inri, estos debates no se toparon con recientes teorías que nos brinda la ciencia y que podrían elevar a un grado todavía mayor la dificultad del problema. Por ejemplo: ¿qué ocurre cuando añadimos a esta fórmula un factor como el tiempo al que Einstein denominó como cuarta dimensión y sobre el cual nuestra percepción varía permanentemente?, ¿y las actuales convicciones de físicos y cosmólogos sobre la existencia de multiversos (universos paralelos) que no sólo coexistirían, sino que interactúan entre sí y no somos capaces tan si quiera de percibir?

Ciñéndonos a nuestra apreciación subjetiva de la realidad, una cosa queda clara, hay tantas realidades como individuos. Llamaremos a este fenómeno burbujas de realidad percibida o, de forma más sencilla, burbujas de realidad, y nos centraremos en él. Todos y cada uno de nosotros estamos envueltos por estas esferas ficticias que varían a lo largo de nuestra vida y se alimentan de nuestros estímulos. Los niños de temprana edad, al no contar con experiencias previas ni ideas preconcebidas, poseen una burbuja de realidad imperceptible, completamente transparente y permeable. No ostentan capacidad de relativizar los estímulos y experiencias sensoriales que reciben del modo en que lo harán posteriormente. Es a medida que interiorizan estas experiencias cuando la burbuja comienza a tomar forma, a definirse con mayor claridad y a revestir sus paredes aumentando su grosor.

Supongamos ahora dos personajes ficticios -que sólo lo son por carecer de identidad y nombre propios, pero que bien pudieran ser de carne y hueso-. De un lado un joven de las favelas en Río que ve en el negocio de las drogas su única salida ante un sistema hostil y opresivo. La justificación de sus propias acciones es sencilla dentro de su realidad percibida o de su burbuja, a fin de cuentas, muchos en su entorno cercano malviven de ese modo. Del otro, un muchacho criado entre algodones en cualquier sociedad occidental al que penurias como la anterior le son totalmente ajenas; inclusive aunque las visione o le sean relatadas no sentiría lo mismo que el sujeto primero, dado que no las experimenta en primera persona. Ambos son individuos plenamente racionales, organismos iguales físicamente, pero la secuencia lógica que opera en uno y otro funciona de forma totalmente distinta, y difícilmente pueden juzgar en numerosos casos los mismos fenómenos y acontecimientos llegando a conclusiones equivalentes.

De este modo, nuestras percepciones pasadas cristalizadas en nuestra burbuja de realidad condicionan, en mayor o menor grado, también nuestras percepciones futuras. A veces de forma muy extrema. Mientras la hembra de uno de los animales más perfectos desde el punto de vista evolutivo, el jaquetón o tiburón blanco, viaja miles de kilómetros para encontrar un macho con el menor parentesco posible y afinar con ello la mezcla genética de su prole; un individuo humano, en cuya burbuja de realidad alberga influencias y/o experimentaciones que le han llevado a abrigar sentimientos xenófobos, puede sentir que el peor de sus males es que su hija yazca con un varón de raza negra. Aunque jamás llegase a conocerlo. Obviamente este es tan sólo uno de muchos ejemplos posibles, ya que el elemento de tan profunda disensión puede ser tan variopinto como diferencias hay entre los diversos seres humanos que pueblan el planeta: la raza, el género, la orientación sexual, las ideologías, las religiones, determinados rasgos de nuestras personalidades, etc.

Alejándonos de casos tan extremos como el anterior, cuando interaccionamos con otros individuos o establecemos una relación, a la postre se produce una intersección entre las esferas de nuestras burbujas de realidad cuyo volumen determinará parcialmente nuestro grado de empatía para con los demás. Si el espacio resultante de esa operación es considerable, disfrutaremos de una mayor capacidad para hallar comprensión y forjar lazos; y viceversa. En este marco el amor (bien por una pareja, un familiar, o un amigo), es una situación en la que se maximiza la confluencia entre nuestras burbujas de realidad evocando con ello una comprensión mutua del más elevado nivel.

Llegados a este punto, cabe elucubrar sobre cuán deseable sería que lográsemos obtener la capacidad de emerger de estas esferas para introducirnos temporalmente en las de otros. Nos ayudaría a entender en un contexto que de otro modo nos es impropio, las acciones y consideraciones de los demás antes de emitir triviales juicios infundados. Podríamos nutrirnos de una cantidad ingente de realidades que no hemos experimentado acrecentando con ello el diámetro de nuestras burbujas individuales, hallando mayor facilidad para el diálogo, el entendimiento y en definitiva y como se señalaba con anterioridad, para sentir empatía. Desgraciadamente, nos es imposible realizar tal cosa. Pero lo que sí está en nuestras manos es asimilar el autoconocimiento de este fenómeno y, cuanto menos, tenerlo en cuenta de cara a establecer nuestras relaciones futuras con todas aquellas personas que nos rodean. Siendo sensitivos hacia aquello que desde nuestra burbuja asemeja diferente, desconocido, o que no compartimos.