Ángel estaba nervioso y
fatigado. Desde que comenzó a cavilar con contárselo a su padre no lograba conciliar
el sueño con facilidad, daba igual que tratara de despejarse unas horas antes, conforme
se introducía en la cama su mente comenzaba de nuevo e irrefrenablemente a
darle vueltas a aquel asunto. Desconocía cómo iba a ser la reacción su
progenitor pero podía intuir que no sería buena, los dos eran personas
radicalmente distintas: Ángel abrigaba un pensamiento político de izquierdas,
él de derechas; Ángel era sensible, dicharachero y cercano como su madre, su
padre en cambio poco comunicativo y de carácter distante y frío; él ateo
convencido, su padre profundamente religioso. No era sólo una honda devoción,
más aún, pertenecía a ese tipo de persona que abundaba de forma relativa en el
estrato social de edad avanzada y que cree percibir en el distanciamiento de la
juventud y las convicciones eclesiásticas poco menos que una deriva del ser
humano hacia la barbarie. Aunque ambos eran educados y pacientes, sus
divergentes caracteres y posturas quedaban avocados a encontrar únicamente aristas
y puntos de choque, nunca la confluencia. Por todas esas razones en muy pocas
ocasiones habían mantenido un diálogo fluido, asentados ya en la costumbre de
no conversar más que lo necesario y con los elementos cotidianos como telón de
fondo.
A ello había que unírsele el durísimo trance
de la enfermedad, el repentino padecimiento y el fallecimiento de su madre, desde
entonces su padre no había levantado cabeza. Se mostraba taciturno, dando
muestra de un lento y vago caminar en sus quehaceres diarios que era indicativo
del abatimiento mental que atravesaba, afligido por un dolor cuya pesada carga a
todas luces no había sido capaz de superar. Ángel había esperado
prudencialmente para darle la noticia en un estado más receptivo y de mejor ánimo,
mas ese momento lejos de llegar parecía estar cada vez más distante. Esta
situación le hacía sentir miserable y egoísta, pero no podía dilatarlo más, la
tensión de la espera y la incertidumbre sobre lo que ocurriría a continuación le
sobrepasaban.
Finalmente sucedió, se
hallaban sentados el uno frente al otro, Ángel visionó con meridiana claridad
cierta incomodidad en su padre, quizás fruto del no saber muy bien cómo
afrontar aquel inaudito fenómeno. –Bueno pues… Aquí estamos–, musitó su padre
mientras intentaba esbozar una sonrisa equivalente a la de un niño perdido en
medio de una conferencia sobre física de partículas. Ángel por su parte sudaba
y sentía que le temblaban las rodillas, fantaseó por unos segundos con decirle
que esa cuestión de la que debía hablarle no era realmente nada que revistiese
importancia y así poder huir de la sensación de ahogo y malestar que comenzaba
a atenazarle. Consiguió tragar saliva y armarse de valor.
–Verás padre, hay algo
que llevo mucho tiempo queriendo contarte… –comenzó a hablar con voz
entrecortada–, pero hasta ahora no he sabido encontrar la ocasión ni las
palabras adecuadas. El caso es que tengo pareja. –Su padre abrió la boca, pero
antes de que pudiera replicar cualquier cosa Ángel decidió proseguir para no
perder la oportunidad ahora que por fin la había hallado–, y es un hombre, se
llama Jorge. –En ese momento sintió como si se despojara de un yunque con el
que había estado cargando durante mucho tiempo, su corazón latía con fervor, no
ya de nerviosismo, sino de exaltación. A la espera de la respuesta de su padre su
primera impresión fue que al menos el desenlace ya no dependía de él y que
pasara lo que pasara nada le arrebataría el orgullo de haber afrontado sus
fantasmas, de haber hecho lo correcto. No obstante sus pensamientos se
agolpaban con la misma frecuencia que sus palpitaciones, su mente inmersa en un
tótum revolútum comenzó a sentir renovado miedo ante lo que su padre pudiera
objetar, temiendo la peor escena que había contemplado, un posible rechazo de
éste.
– ¡Menos mal! –exclamó su
padre con cierta ligereza, como un seguidor de fútbol que celebra el gol de su
equipo aunque éste siga por debajo en el marcador.
– ¿A qué te refieres?
–Ángel estaba profundamente desorientado ante su reacción.
–Mira hijo, habrás visto
en mí un gran pesar desde que falleció tu madre. Gran parte de ese sufrimiento
es por su pérdida, sobre todo en la etapa más reciente. Sin embargo lo que más me
ha atormentado transcurrida esa fase es que sentía que con ella partía la
conexión que tú tenías con nosotros. Me conoces… no poseo los dones de tu
madre, no soy muy dado a la dialéctica. Sentía verdadero pavor de no saber
aproximarme a ti del mismo modo en que ella lo hizo todo este tiempo, de no
poder llenar el enorme hueco que ha dejado. Sé que con tu madre abrir tu
corazón te hubiera sido más fácil y no habrías padecido tanto, yo trataba de
encontrar la manera… te lo aseguro.
–Está bien, papá. No te
castigues. –Dijo Ángel tratando de consolarle. Se sintió ingenuo en aquel
momento, no habiendo sido capaz de advertir que el trastorno de su padre
obedecía no sólo a su pérdida personal, sino a su intento de tratar de
reconfigurar el entorno familiar y a su impresión de que tal cometido le sobrepasaba
al haber ejercido su madre de nexo entre ellos dos. Pero aún no había
comprendido su primera reacción.
–Estas cosas las
sospechamos los padres, aunque no tengamos constancia de ello… Mira, –reiteró tratando
de proseguir–sé que me consideras un viejo carcamal, con ideas tanto o más
viejas. Con tu madre tenías complicidad, era la que te ayudaba a engañarme para
hacerte pendientes o tatuajes y yo sin embargo el que fruncía el ceño cuando
llegabas a casa o me enteraba a posteriori de aquellos asuntos. Lo sé. Pero hay
algo que quiero que sepas tú, y quiero que me escuches atentamente porque estas
situaciones entre nosotros no se dan con la suficiente frecuencia y me es
difícil hablar de ciertas cosas. Tu madre lo fue todo para mí, ella
complementaba ciertas carencias en mi carácter y me ayudaba a ser mejor
persona. No puedo describir lo que me ha aportado todos estos años, cualquier
problema que me sucediera se tornaba sólo en un inconveniente pasajero al tener
la constancia de que, independientemente de cómo me fuera el día, al llegar la
noche los dos estaríamos juntos. Su manera de sonreírle a la vida incluso ya
enferma, su inusitada inteligencia, su elevada comprensión y su nobleza curaban
todas mis heridas y me hacían afrontar mi propia vida de un modo distinto.
Hasta tal punto ha sido así, que el día que llegue también mi hora enfrentaré
mi muerte sin atisbo de desasosiego, incluso feliz diría, mirando hacia atrás
con la constancia de haber tenido la oportunidad de vivir algo tan excepcional
y al alcance de tan pocos. Tu madre hizo que mi existencia mereciese realmente
la pena y no alcanzo a imaginar forma mejor de haber gastado todos aquellos
años –se detuvo por un momento, aunque trataba de retenerlas a estas alturas algunas
lágrimas bañaban ya sus mejillas, se enjugó el rostro con sus manos nudosas antes
de continuar. –Lo que pretendo decirte es que no sé quién es ese tal Jorge, no
sé qué aspecto tiene o cómo os conocisteis, pero si ambos sois capaces de sentir
algo similar a lo que yo he sentido y he tratado de explicarte más mal que
bien; ni tu padre, ni tan siquiera la mismísima Iglesia, son quiénes para
inducirte a no disfrutar de ello. Es más, por lo que a mí respecta deberías hacer
todo lo posible que esté en tu mano para que perdure. No hay ninguna aspiración
superior a esa en este mundo hijo mío; y Dios, al menos tal y como yo lo
concibo y aunque tú no creas en él, no se opondría jamás a ella.